jueves, 26 de noviembre de 2009

25 de noviembre


SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA

Virgen y Mártir

Alejandría fue fundada por Alejandro Magno, que no quería pasar sólo a la historia como guerrero, sino también como mecenas de los sabios. Alejandría será conocida en el mundo de las letras por su famosa universidad, su célebre escuela y su biblioteca de unos 700.000 volúmenes. Una de las siete maravillas del mundo estaba también aquí, el faro de Alejandría. Hubo otros faros luminosos, como Plotino, Filón, Porfirio, Orígenes, Tertuliano, Atanasio, Cirilo.

Alejandría era una maraña de pueblos y razas, de sectas y sistemas filosóficos. Griegos y judíos andaban a la gresca continuamente. Con el advenimiento de los cristianos se complicó el asunto. La confusión de sectas y teologías se hizo formidable.

La colonia judía era muy importante. Sus Libros Sagrados eran muy apreciados. Fue aquí en Alejandría donde Tolomeo II mandó que setenta intérpretes tradujeran del hebreo al griego el Antiguo Testamento.

La religión cristiana también empezó a tener mucha influencia. Según una antigua tradición, la Iglesia de Alejandría fue fundada por el evangelista San Marcos. Tuvo luego la mejor escuela catequética de su tiempo, el Didascaleo, donde enseñaron grandes maestros: Tertuliano, Orígenes, Lactancio, San Clemente Alejandrino y San Dionisio de Alejandría.

Aquí nació nuestra Santa, faro más luminoso que el faro de Alejandría y que todos los sabios. La leyenda áurea la presenta con grandes elogios. El nombre de Catalina, la pura, la blanca, respondía a una hermosa princesa, hija del rey siciliano Costo, nacida en Alejandría a fines del siglo III.

Posee Catalina una personalidad radiante y popular por cuádruple motivo: como hermosa, como sabia, como virgen y como mártir.

Catalina tenía pasión por la verdad. A los dieciocho años descuella por sus conocimientos filosóficos. Es docta y elocuente, bella y con muchos pretendientes, apasionada y enamorada de la belleza.

Recorre todas las escuelas. Su favorito era Platón. Discute, analiza, rechaza. Frecuenta el Didascaleo, digno sucesor del antiguo Museum. Bebe allí las páginas eruditas de los viejos pergaminos. Aristóbulo, Filón, Plotino, son admirables y es elogioso su intento, pero no le convencen…

Ella reflexiona, medita, compara, discute y se ilumina. Osiris y el buey Apis, toda la legendaria mitología egipcia arranca de sus labios sonrisas compasivas, cuando no irónicas, las más de las veces tristes.

No puede creer en las almas muertas pegadas a cuerpos momificados. ¿Dónde está el poder de aquellos dioses, tan multiplicados como las aberraciones humanas y reducidos a simples figuras de piedra o a elementos sin vida de la naturaleza? ¿Dónde su fuerza y su virtud?

Le fascinan las ideas elevadas de Platón, que analiza a la luz de la razón en su inteligencia penetrante. No le satisfacen…

Catalina es cristiana de corazón antes de recibir el bautismo. Tal vez está fresca todavía la impresión causada por Atanasio en el sínodo de la ciudad. En la escuela catequética oye las enseñanzas del obispo Pedro. Rechaza de plano la amarga ideología pagana.

El Sermón de la Montaña cautiva su corazón delirado. Las parábolas del Evangelio son el encanto de su lozana juventud. Los milagros de Jesús y su testimonio incomparable la enardecen y entusiasman. Venera el ejemplo y heroísmo de los mártires del cristianismo, que fecunda y fertiliza la Iglesia viva de sus días y de todos los días. Y pese a la amenaza cobarde de emperadores lascivos y gobernantes verdugos…

Aquella moral tan pura, aquel Maestro tan sublime, el Sermón de la Montaña, aquella Virgen Madre, de tan divina grandeza. Así, por la belleza tangible llegó Catalina a la Belleza increada: Dios.

Un providencial encuentro con el ermitaño Trifón allanó las dificultades. Catalina creyó y se bautizó. Y se dice que Cristo aquella misma noche celebró con ella los Místicos Desposorios. Ya es filósofa cristiana.

¿Qué le importa a Catalina ni su fascinadora belleza física, ni su juventud deslumbrante, ni el oro de que se viste, ni la aristocracia regia de que puede presumir, ni siquiera su profunda filosofía, si no es para vencerse a sí misma y convencer a los que la halagan o persiguen? Ella no pretende ser otra cosa más que un resumen, una síntesis, una personificación de todas las armonías. Para eso se conserva virgen, con todas las renuncias que ello supone. Por eso y para eso renuncia a todas las satisfacciones que en bandeja de plata le brinda su sociedad y su alcurnia. Por eso y para eso renunciará si es preciso hasta al placer de vivir. ¿Pero es que acaso Cristo, Maestro y Esposo virginal, pudo hacer cosa más sublime que armonizar lo humano y lo divino? ¿Y no es precisamente Él la armonía más perfecta y más armónica del Universo? Y esto a golpes de la más absoluta renuncia.

Catalina se presentó a sí misma al Emperador Maximino, quien perseguía violentamente a los Cristianos, y le reconvino por su crueldad intentando probar cuán inicua era la adoración de dioses falsos.

Asombrado de la audacia de la joven, pero incompetente para rivalizar con ella en punto de entendimiento, el tirano la detuvo en su palacio y citó a numerosos eruditos a quienes mandó utilizar toda su habilidad en astuto razonamiento para que de esa manera Catalina pudiera ser conducida a apostatar.

Pero ella salió victoriosa del debate. Muchos de sus adversarios, conquistados por su elocuencia, se declararon a sí mismos Cristianos y fueron entonces condenados a muerte.

Furioso al ser confundido, Maximino hace azotar a Catarina y la aprisiona. Mientras tanto la emperatriz, entusiasmada por ver a tan extraordinaria joven, fue con Porfirio, el jefe de las tropas, para visitarla en su calabozo. Ellos se rindieron a las exhortaciones de Catarina, creyeron, fueron bautizados, e inmediatamente ganaron la corona del martirio.

La santa doncella, quien estaba lejos de olvidar su Fe, que efectuó tantas conversiones, fue condenada a morir en la rueda; pero, al tocarla ella, este instrumento de tortura fue milagrosamente destruido.

El emperador enfureció y perdió el control, y entonces ella fue decapitada.

El Martirologio Romano nos enseña que los Ángeles llevaron su cuerpo al Monte Sinaí, donde posteriormente una iglesia y un monasterio fueron edificados en su honor.

Su fiesta se celebra el 25 de noviembre


Oración a Santa Catalina
para obtener una buena muerte


Bendita y amada del Señor y gloriosa Santa Catalina, por aquella felicidad que recibisteis de poder uniros a Dios y prepararos para una santa muerte, alcanzadme de su Divina Majestad la gracia de que purificando mi conciencia con los sufrimientos de la enfermedad y con la confesión de mis pecados, merezca disponer mi alma, confortarla con el Viático Santísimo del Cuerpo de Jesucristo a fin de asegurar el trance terrible de la muerte y poder volar por ella a la eterna bienaventuranza de la gloria. Amén.



Santa Catalina es la patrona de los filósofos, de las jóvenes, que tenían el privilegio de colocar en la cabeza de la imagen una corona de flores cuando era su fiesta, así como la patrona de los sabios, carreteros y, en general de todos los oficios que utilizan una rueda.



La Iconografía la representa a veces junto a las vírgenes Santa Bárbara y Santa Margarita, y lleva la corona del martirio.

A menudo es representada con la rueda de su suplicio rota.

Se representa también su matrimonio místico con el Niño Jesús en los brazos de María. En el caso de Santa Catalina de Siena, el Cristo es adulto.

En Inglaterra, la más antigua de las sesenta pinturas murales que le fueron consagradas se encuentra en la capilla del Santo Sepulcro de la catedral de Winchester (hacia 1225).


Los atributos de la iconografía son la o las ruedas con puntas y rotas; la corona del martirio; la espada de la decapitación.